la agitación de los sonidos



Mientras se avanza por las trochas del bosque se agita en derredor una infinidad de sonidos. Sonidos tangenciales, rumorosos, zumbones, monocordes, alternos. Unos se muestran agudos, otros roncos, algunos son meros siseos, los más chillones. Se mezclan entre sí y no es fácil clasificarlos. Pero el cuerpo, de modo reflejo, va adoptándolos. El cuerpo, que escucha inconscientemente, va ubicando o desalojando los ruidos que gusta o que repele. En cuanto surge uno nuevo busca el espacio interior del viajero, donde asentarse. Hay instantes pasajeros en que parece que chocaran sin medida pero que, lejos de aumentar el estruendo, se cortan en seco. Como si se quedaran oyéndose receptivamente entre ellos y ninguno se atreviera a sobrepasar al otro. Desde una ventana llega a los oídos del hombre un golpeteo mudo. Detrás, un chasquido seco. Al detenerse los sonidos todo se para. Y el espacio queda invadido por un vacío inquietante.