nevero



Atrás van a quedar las huellas del nevero. El sol reclama tu partida. Fundirá la borrosidad de la tierra para que veas con claridad las sendas. Por donde deberás caminar. Dejándote guiar por nuevos signos.



 

un instante




Es un instante. Ni antes pudieron salir a tu encuentro ni después sabrán acompañarte. Míralas y recuerda cómo te despiden, transeúnte.



 

fidelidad



La mata de hojas lanceoladas mantendrá la vigilancia de tu hogar. Cuantos pasen por delante de la puerta invocarán tu nombre, aunque nada sepan de ti. La planta se nutrirá de la memoria de aquellos que te recuerden. Será un trueque entre quienes te acogieron antes y la bondad solitaria de la fiel grama. Su presencia será un conjuro para el destino que desafíes.
 
 
 

siluetas



El camino depara reflejos. No los temes. Tampoco los tomas como lo real. Habrá muchos más en tu recorrido. Te diviertes en ellos. Es en su disolución donde te creces. Cuando sus siluetas zigzagueantes dibujen tu rostro.

 
 

protección



El rocío las pone jugosas a tus pies. No necesitas otro estandarte que los colores y las fragancias que te ofrezcan los ribazos. No hables de ti con ellas. Te conocen y se despliegan para hacer más grato tu caminar. A pesar de la aparente fragilidad serán tu escudo. Ten siempre en tus sentidos el impacto de su belleza.


 

la calleja



Surgen figuras por los recovecos de las calles. Las ves y no las ves. Las sombras juegan con tu mirada poniendo formas caprichosas. Pueden elegir entre los recursos de la naturaleza y la obra de los hombres. Las dos luces se divierten presentando lo aparente como real. Entre los elementos de la arquitectura crees ver un alma. Tú sigues tu marcha. Vuelves a mirar atrás. La calleja es blanca.



 

esplendor



Tus días entre dos astros. Repartiéndote. Ha ido cesando el sol, perdiéndose su plano. La luna está formada de partículas. ¿Desde qué lado la ves? No caigas en la tentación. Que sea ella quien sople sobre ti. Y te garantice el reposo con su claridad insólita.


 

eclipse



No podrás evitar que tus fuerzas flaqueen. No consientas que el curso te hiera. Párate a contemplar cada elemento. No lo verás dos veces. La fugacidad se ofrece para disfrutarla. Sea un aroma desconocido, un paisaje intrincado o un color cuyo matiz no se te haya mostrado jamás, deberás abrazarte a su revelación. Estremécete ante los eclipses que la naturaleza pondrá delante de tus ojos como signo de su movilidad creadora.



danza tribal



Como un clamor. Diálogo oculto. El escorzo donde se van engendrado lentamente sus frutos. En cada silueta retorcida un rostro habla con el viento y se mece con la lluvia. Exorcismo en los estiramientos que curten la superficie del suelo. También las florecillas eclipsarán la hierba que preserva el humus. Como un rito, la danza tribal se despliega a tu paso. Te enajenas en sus sonidos sordos.


en la proximidad




No cesa. En el arco perpetuo que describe su plenitud está próxima. Es un buen signo. Ejemplo para los caminantes que buscan. Dispuesta en días fríos, sosegadora en los cálidos. No hay elemento del suelo que no invoque su acontecer cambiante. Acaso en lo más alejado de las simas, los seres que pueblan charcos y costras de la caliza no sepan de ella. Y, sin embargo, acaso la luna vele también por su silencio. Instalada en el lenguaje simbólico de los hombres, es piel y es alma. Ella llega. Tú te acercas.
 
 

camuflaje



Lanzas ensartadas. Orientadas en todas las direcciones. Hay en ellas algo de fiel y vigilante guardia preservando la cámara secreta del bosque. Una estrella defensiva que impide que ningún salteador pueda acceder al corazón de la tierra. Como una telaraña de acero protege el tallo y la raíz de la codicia de los alquimistas desesperados. Se abre como una vieja legión macedonia para luego, taimadamente, engullir de pronto el ansia de los depredadores. Contempla su majestuoso despliegue y continúa tu marcha alabando su sagacidad.
 
 

intercambio



Aquellas ventanas altas. Espejos de dos vidas. Las que transcurren a sus pies, visiblemente móviles y cambiantes. Las que se desplazan con la lentitud aparente de quien se siente acogido en el interior de la casa, pero no menos activas. No se constata especial diferencia. Los hálitos pueden ser otros, según hable fuera el aire, según digan dentro las palabras. Cuando se abren los cuarterones tiene lugar un intercambio. Ambos espacios ganan y se desproveen de algo. Pero no pierden. ¿Quién es más fuerte, el viento o el símbolo pronunciado por las bocas? Las dejas atrás, en la certidumbre de que la fuerza es de quien persevera.



colérico



Arremete colérico. El viento reparte desconcierto hasta los últimos rincones de los hogares, hasta las raíces más agazapadas de los árboles del bosque. Su sonido intenso y desordenado proyecta la fuerza que le envuelve en vorágine. Como una daga sutil atraviesa con su voz los pechos de los hombres más decididos. Durante sus horas impetuosas es mejor que los débiles mantengan una vigilia orante. Tú no eres de esos. Tú lo reconviertes en una composición armónica. Sólo te sobresaltas cuando el tono se precipita de improviso. Tienes también ese punto de quiebra. En ese instante buscas otros brazos que se sujeten a los tuyos. Luego retomas sus arpegios como cómplice. A veces hasta te abandonas en su mecer furioso y duermes. Que sea lo que su rugido quiera.




las últimas hojas marchitas



Al cesar el aire, el bosque va volviendo en sí. Como lo hacen las vidas. No siempre el viento se marcha de modo verdadero, sino que tiene pequeños conatos de permanencia. Cuando veas la postrera niebla, sabrás que la luz va a ocupar de nuevo el espacio que le pertenece. Algunos signos de arrasamiento serán también señales de renovación. Tras las últimas hojas marchitas despuntan los brotes de nuevos colores. Dos mundos se enfrentan y se buscan. Una carrera de relevos en la que incurre el hombre y sus trabajos y sus aventuras.


irrenunciable



Entre la ladera y el cercado hay un pasillo sugerido. La tentación de saltar la valla o de escalar la pendiente es fuerte. ¿Por dónde llegar primero? La senda parece cómoda y luminosa, pero ¿afianza la seguridad? La arboleda protege del calor mas, ¿no puede estar ocultando a los salteadores? El ramaje de los bordes se muestra bello en su exuberancia a los ojos del caminante. ¿Se deslizan entre sus hierbas las serpientes? El talud que apetece sobrepasar, ¿no estará unos pasos más allá encubriendo un abismo? Y aquel campo de flores tentadoras tras el vallado, que parece abrirse a un llano de esperanzas, ¿no camuflará la madriguera de bestias espantosas? Cada paso es una encrucijada. Cada mirada, una incitación. Cada apetencia, una elección arriesgada.


racimo



Si la atracción de los colores es tan fuerte, ¿qué te priva de catar esa baya acorazonada? Las encuentras por todas partes, pero has oído hablar de su poder dual. Dicen que refresca el paladar pero que luego reseca las vísceras. Dicen que su rojez deslumbra a los ojos pero que más tarde los nubla. Dicen que su aroma embriaga pero que si lo aspiras demasiado te revuelve la mente. Dicen que su textura se deshace placenteramente pero que su amargor rasga el tránsito hasta lo más profundo. Dicen que su piel es cálida y que si no lo sueltas enseguida abrasa tu mano. La tierra propone y no siempre lo que da es para el hombre.



la fuente



No dudar de que los peldaños conducen al manantial. El musgo lo delata. La pisada que desciende peldaño a peldaño percibe la humedad. La transmite a todo el cuerpo. Una bajada que se aparta de la superficie ordinaria del camino y desciende hacia la entraña de la tierra. No importa si ésta sea la boca de una sima o una pequeña rendija. Da igual si allá abajo hay un lago apacible y transparente o un mero hilo de agua. La piedra que consolida y canaliza su flujo hace de templo. Eres un hombre afortunado. Te espera la inmersión. Bendecirá tus labios y retará a tu sed.




atisbos



Cuando te aproximas al hontanar recuerdas otros paisajes, que no por pretéritos están olvidados. Aquellos menos afortunados por el signo de la naturaleza o de los tiempos. Los escasamente fértiles, los ásperos, incluso los más yermos. Los que has contemplado en tu caminar y los que has sentido de tu pecho para adentro. Y en ellos ves redivivas las sensaciones rebeldes que se desataron en ti y las huidas incitadas por la impotencia. El arrastre oneroso de la sequía cubrió los campos y germinó en las almas débiles. También te tocó a ti su parte. No pienses en ello ahora. Bebe y refresca el paso siguiente.
 
 
 

danza



Se ve tanto al caminar, que sorprende. Sorprende que lo que parece ser no sea. Un simple cardo de apariencia seca, ¿no posee una configuración que destella? ¿No hay una armonía en él que te impide apartar los ojos? ¿No reproduce movimientos de danza que hacen vibrar la inanidad de tu bagaje? Es el asombro lo que nos espera cuando buscamos. Quien se queda circunscrito a los escasos metros que acogen sus pies no puede ver más allá de lo que el giro de su cuerpo le permite. Pero lo importante no es recorrer mucho trecho, sino observarlo con larga mirada y, sobre todo, sentirlo. Las sensaciones son conciencia. Quien no siente no disfruta, ni sabe, ni se percibe haciéndose. El horizonte puede ser difuso. Mas para arroparnos están los márgenes, se vistan de fronda o de ribazo. Y la consistencia del suelo. Donde nuestro pisar arrebata sin saberlo la calidez de las profundidades.
 
 

reptador



El camino está lleno de acontecimientos maravillosos. Plantas que dotan al paisaje de color y de aroma. Insectos que trenzan sus sonidos ensordecidamente. Pasadizos umbrosos para aligerar el cansancio. Cañaverales que reparten la brisa de los ríos. Y también seres híbridos. Seres con caparazón radial, como caracoles que han renunciado a su espiral. Individuos expansivos que crecen a la par que reptan. De su antigua efigie humana les quedan los tentáculos con que además se aprovisionan del alimento. Nadie se atreve a darles un nombre. Acaso no lo tengan, pero existen. O eso dicen.


crepitar



Oteas pequeñas llamas. Corres a prender tu mirada en ellas. El aire las difumina. Te parecen imprecisas pero intensas. Eso te seduce más. Inquietante su crepitar. Al acercarte sientes su fuego. Retrocedes pero te las encuentras cortándote el paso. Buscas el piélago no lejano. Sigues con tu olfato la dirección de la humedad. También sus orillas se encienden. Estás cercado. Contemplas ansioso el cielo. Las nubes transitan desinteresadas, veloces. Hay cada vez menos espacio bajo tu figura. Desde todas partes las llamas trazan un círculo en torno tuyo. Golpeas con el pie el suelo. Intentas horadarlo con el peso de tu corpulencia. La tierra arde también y no reconoce el vigor del hombre. Caes y te agazapas. Te refugias en el sueño.
 
 

en fila



Sentarse a la orilla. Contemplar la sencillez. Abandonarse al vacío aparente. Ignorar por un tiempo impreciso la dirección de las cosas. Dejar de lado lo premeditado. Escribir sobre el agua palabras que llegan, no palabras que se van. Dibujar trazos escasamente duraderos, pero que se graban. Contar los círculos que cada gota o cada guijarro registran con sus compás secretos. Embobarse con la fascinación del agua que no cesa en su peregrinar. Mirarse en el espejo opaco del pasado y conjurarlo. Tomar carrera sin mover una pestaña. Soñar lo incierto y desear lo probable. Impulsar la resurrección. No temer.


la agitación de los sonidos



Mientras se avanza por las trochas del bosque se agita en derredor una infinidad de sonidos. Sonidos tangenciales, rumorosos, zumbones, monocordes, alternos. Unos se muestran agudos, otros roncos, algunos son meros siseos, los más chillones. Se mezclan entre sí y no es fácil clasificarlos. Pero el cuerpo, de modo reflejo, va adoptándolos. El cuerpo, que escucha inconscientemente, va ubicando o desalojando los ruidos que gusta o que repele. En cuanto surge uno nuevo busca el espacio interior del viajero, donde asentarse. Hay instantes pasajeros en que parece que chocaran sin medida pero que, lejos de aumentar el estruendo, se cortan en seco. Como si se quedaran oyéndose receptivamente entre ellos y ninguno se atreviera a sobrepasar al otro. Desde una ventana llega a los oídos del hombre un golpeteo mudo. Detrás, un chasquido seco. Al detenerse los sonidos todo se para. Y el espacio queda invadido por un vacío inquietante.
 
 

impotencia



También los animales más próximos han detectado la parálisis. Sus gestos de clamor lo son también de impotencia. Ahogan con dificultad sus voces. No se reconocen en medio del apaciguamiento misterioso que recorre el valle. Cabe la duda de si el tiempo seguirá estando a disposición de los pobladores de la tierra. La noche distrae las vidas. Cabe el temor de que detrás de la oscuridad no se halle el alba. La guardia no disipa el desconcierto. Cabe el peligro de la aparición de otros rostros desconocidos o de no dar con ninguno. La inquietud roba los episodios del sueño. Para el viajero, permanecer en vigilia en ese instante puede ser una traición a sus propósitos. O el fracaso. Se escuchan algunos aullidos ocasionales, como lanzas contra la noche.

telaraña



Las noches son raptoras. Acercamientos a uno mismo. Donde el hombre se preserva no tanto contra lo exterior, sino de los hilos que se tejen y destejen en lo profundo de él. Y en esas labores se alcanzan en ocasiones florituras tan perfectas que están a punto de suplantar lo consciente. Otras veces son simples puntos de cruz que se abandonan al primer desvío del sueño. Hay un combate desgarrador, nunca destructivo, que se resuelve casi siempre con la huída hacia adelante. Ninguna ensoñación pide cuentas a otra. Se turnan, se intercambian, se despojan, se despechan, se erigen, se derriban. Unas historias se alimentan con otras. Cada una avanza un punto más y la maraña se va afirmando desigual y olvidadiza. Una tendencia innata asevera calladamente que es sabiduría. La intuición de que la obra se terminará en alguna instancia incontrolada del hombre. Donde la luz es diferente a la del día.


vínculo



El día es un espacio poblado de sorpresa. Lo habitual puede ser nuevo. La actividad que alienta la naturaleza es construcción. Lo inadvertido antes puede ser mirada desbordada. Lo aparentemente pacífico desborda acción enérgica. No debes preguntarte, al menos en primera instancia, por todo lo que ves. Sí debes disfrutar de lo que se despliega ante ti. De los coloquios íntimos entre una flor y una abeja, por ejemplo. Un mundo te llevará a otro. La galanura de unas campanillas salpicadas de pequeñas gotas sanguinas te perturba. El afán del insecto en su acrobacia te empequeñece. Un tercer mundo se genera ante tus ojos. Un necesitarse mutuamente. Una entrega consentida. Un vínculo que les nutre.


los mismos



No es extraño encontrarse por el camino con monumentos a los antepasados. Pero, por aquellos de los que se muestran sus túmulos de manera fehaciente, ¿cuántos yacerán sin el cobijo ceremonial? ¿Cuántos no estarán despeñados, sumergidos en las ciénagas o en los ríos, difuminados en pozos, absorbidos por la tierra más ignota? Hoy te paras a contemplar esta huella sin saber de cuándo procede su arquitectura ni quién reposa debajo. Pueden ser nobles, pueden ser hijos de una cultura que había avanzado en el culto a sus muertos. Y sin embargo te preguntas si están menos acogidos por el suelo los que encontraron la muerte por azar, en el transcurso de un viaje, de una invasión, de una batalla. Los sepulcros como éste también pueden ser anegados por las aguas cercanas. La tierra es igual para todos. Los hombres eligen a los suyos. Cada pueblo, cada cultura proclama al exhibir sus tumbas: son nuestros muertos, los que reconocimos. Cada pueblo, cada cultura también desprecia a los otros, incluso a los otros de los propios. Miras las lajas de piedra y meditas. Todos son los mismos, los protegidos por la intención de unos deudos y los olvidados. El tiempo y su agitación ha puesto las cosas en su sitio.
 
 

confidencias



Aparecen al encuentro del caminante. ¿Emergen de oscuros mares? ¿Proceden de lejanas tierras? ¿Descienden de una boreal? Hay un diálogo fluido e íntimo donde saben contarse del origen del mundo. Sus escamas plateadas no disimulan la perfilada forma que lleva horadando el espacio desde arcanas metamorfosis. Su impasibilidad es apariencia. Su convexidad preserva el núcleo. Como arietes de una historia anterior a todas las historias. A tus pies. Su rumor prudente te acerca a ellas.

insólitos paladares



Miles de paladares ciegos se abren voraces ante el paso de los viajeros. Ofrecen sus frutos. Pero los viajeros se arriesgan a sus dentelladas. Extraño monstruo cuya belleza deja sin aliento al que se deja sojuzgar por la tentación. Una mirada puede ser peligrosa. Una aproximación, fatal. El insólito ser crece en dirección centrífuga y con reacción centrípeta. Quien se sitúa en medio de ese arco de crecimiento sobre sí mismo perece. Quien trata de rozar su perímetro queda marcado. Quien no puede desviar su vista del instante de celo es tocado por la saliva fértil que secará sus ojos. El hermoso despliegue de su estrella deslumbra. Su geometría se nutre de la más ligera humedad que detecta en su cercanía. No hay sudor, secreción, humor, emanación o humedad que desprenda transeúnte alguno que no succione y paralice. Mantén, pues, la distancia, caminante.


ablución



No pensarlo dos veces. No resistirse al clamor con el que es expulsada de las entrañas telúricas. No permanecer distante. Dejarse caer de rodillas ante la vena de la tierra. Brindar las manos a su purificadora emanación. Juntar las palmas y recogerla un instante. Impregnar el cuerpo con su chorro. Besar su disoluta energía. Empaparse la frente, los párpados, los pómulos, los labios. Beber en ella la eternidad imposible. Nada es lo mismo tras haberse sumergido en su piedad cristalina. Nada sabe de la misma manera. Nada se ve igual tras haber eliminado los pensamientos que arañaban las vísceras. Ella sólo.