los mismos



No es extraño encontrarse por el camino con monumentos a los antepasados. Pero, por aquellos de los que se muestran sus túmulos de manera fehaciente, ¿cuántos yacerán sin el cobijo ceremonial? ¿Cuántos no estarán despeñados, sumergidos en las ciénagas o en los ríos, difuminados en pozos, absorbidos por la tierra más ignota? Hoy te paras a contemplar esta huella sin saber de cuándo procede su arquitectura ni quién reposa debajo. Pueden ser nobles, pueden ser hijos de una cultura que había avanzado en el culto a sus muertos. Y sin embargo te preguntas si están menos acogidos por el suelo los que encontraron la muerte por azar, en el transcurso de un viaje, de una invasión, de una batalla. Los sepulcros como éste también pueden ser anegados por las aguas cercanas. La tierra es igual para todos. Los hombres eligen a los suyos. Cada pueblo, cada cultura proclama al exhibir sus tumbas: son nuestros muertos, los que reconocimos. Cada pueblo, cada cultura también desprecia a los otros, incluso a los otros de los propios. Miras las lajas de piedra y meditas. Todos son los mismos, los protegidos por la intención de unos deudos y los olvidados. El tiempo y su agitación ha puesto las cosas en su sitio.