casa habitada




Cuando se acerca al borde piensa si no será allí donde debe construir su quietud. Una confluencia de dos horizontes, donde ambos comparten una interioridad análoga. La tierra y el mar se rozan, porque se saben a la vez complementarios. El viajero mira y sabe que no son dos mundos más que en apariencia y para satisfacción de la mirada. No ignora que tras la materia diferenciada hay una sustancia que se hace con la otra. Elementos, al fin y al cabo. Elementos que no acaban nunca en sí mismos. Un tercero en concordia escudriña el rostro de aquellos y los sobrevuela. Un cuarto agita bajo los pies la materia de hierro del suelo. Pero el hombre quiere permanecer ahora contemplando el destello de los peces a los que las olas no les inquietan. Edificará su casa allá donde esté seguro de que confluyen todas las fuerzas. Un profundo silencio rasga sus vísceras. Piensa entonces si no será él mismo el territorio añorado y la casa mejor habitada.