ablución



No pensarlo dos veces. No resistirse al clamor con el que es expulsada de las entrañas telúricas. No permanecer distante. Dejarse caer de rodillas ante la vena de la tierra. Brindar las manos a su purificadora emanación. Juntar las palmas y recogerla un instante. Impregnar el cuerpo con su chorro. Besar su disoluta energía. Empaparse la frente, los párpados, los pómulos, los labios. Beber en ella la eternidad imposible. Nada es lo mismo tras haberse sumergido en su piedad cristalina. Nada sabe de la misma manera. Nada se ve igual tras haber eliminado los pensamientos que arañaban las vísceras. Ella sólo.