
No sabe bien en qué crisol intuyó aquella forma. Acaso fue el eco de un sueño. O llegó expulsada por la tierra. Pero estaba allí, ante él. El perfil de su rostro abigarrado. Irguiendo los hombros en un gesto de sorpresa. La altiva actitud de quien se sabe liberada del olvido. Exhibe aún las marcas de las profundidades donde fue sepultada. Las mismas señales de un útero clemente que la protegió de los desmanes de los hombres. Hay algo de agua en sus facciones desplegadas tenuemente. Mucho de viento que la hace crecer sobre sí misma. Se gira. Sonámbula aún, se contornea. Palpando el espacio, que le resulta extraño. No sabe que el viajero la contempla. Ignora que los ojos del hombre empiezan a mirar desde mucho más atrás. Y con aquella mirada antigua el viajero puede arriesgar sobre ella cualquier interpretación. Hay un silencio relajado entre la que emerge y el que transita. Nadie emite pregunta alguna. Se saben rescatados para el instante.