intercambio



Pero al instante le sucede siempre otro instante. Es el movimiento súbito lo que convierte aquello que parece inmutable en acción. La figura rescatada es como ha sido siempre. Basta con que el caminante la rodee para que compruebe que está hecha de la sustancia que le conforma a él. El hombre cierra los ojos y ensaya. Imagina que el suelo que tiene bajo sus pies le sujeta. Que succiona su cuerpo y lo sumerge en la ciénaga. Que toda su apariencia, es decir su vestimenta, su carnosidad, su actitud de hombre maduro, su gesto de pesadumbre, su rictus de temor reprimido, todo aquello que le hace vivo se paraliza. Que las entrañas lo han conducido a un paisaje donde hibernará. Donde la soledad no será la de un hombre, sino la de su representación. Imagina que la estatua recuperada hace muecas, distiende sus músculos, emite un fulgor en su mirada, ondea su cabellera, alza su brazo, zarandea el aire con su ropaje. Un trueque, piensa él. Probar el espacio del otro. Sentir los sentimientos del otro. Abre los ojos y la mira con un atrevimiento tiernamente brioso. Un desafío a la efigie.