flameantes



Los colores son para él banderas. Y los estandartes que la primavera pone en sus manos se ennoblecen con la huella de las gentes. En aquella aldea que atraviesa, sus habitantes se visten de flores y despliegan al viento las enseñas de su condición. Por el tendedero comprueba lo lejos que se encuentra ahora de aquellos hombres sedentarios. Pero el paisaje que vincula suelo y vida le conmueve. Su corazón palpita. Aquella visión le hace recordar su lejana procedencia, y que él era así también, cuando la aventura no había empujado todavía sus pies. Se sienta en un borde y se deja flamear por la calidez multiplicada que lleva el aire hasta él. Cierra los ojos para aspirar los olores que se desprenden. El aroma es pensamiento. Se deja ocupar los pulmones por nostalgias. El perfume es su patria, allá donde su cuerpo caiga vencido por el cansancio.