samaritana



Te agota el bombeo de tu sangre. Reposo imprescindible. El lecho es duro. La línea donde te dejas caer es necesaria. Cierras los ojos para que la luz no te hiera. Abres los músculos. Te pones en manos de las piedras. Las piedras acarician. Buscan huecos donde se amolden a cada remolino de tus articulaciones. Sus aristas hienden tus carnes al principio. Luego se liman. Las piedras gimen. Pierden su identidad y se hacen tuyas. Escuchan tu soledad de caminante. Expelen sus brillos y con ellos pigmentan tu piel. Arden tus párpados. La sequedad de tus labios los enrojece. No estás. En el sueño el camino se estrecha. Hay grietas por todas partes. No hay voces. Una sola voz. La luz tan cerca y el espacio tan angosto. Desvarías. Pronuncias nombres. No, un nombre que sobre ese suelo no es un nombre. Es una arquitectura. Sí, el edificio en el que anhelas descansar. La tierra es amable. Los seres que la pueblan son generosos. La palabra que reverbera es pausada. Pasa un habitante de los días a tu lado. Te mira y te comprende. Humedece tu boca. No mueres.