
Los sueños pueden tener el brillo del mar. Bajo su corteza de cristal las líneas se suceden paralelas. Saltas de banda en banda como si sortearas abismos, sin caer en la cuenta de que todo es profundidad y riesgo bajo tus pasos flotantes. También allí eres el tímido o el osado o el incauto o el imprudente. Cuando te asomas a la orilla el horizonte se trasunta en una masa extraviada y de apariencia ligera donde las figuras se recrean. Tibio o violento, cada instante agitado se encauza para propiciar tus ilusiones. Tu cuerpo se recubre de la fosforescencia marina. Te crecen escamas para navegar camuflado en otros mundos, buscando explicaciones que no encuentras en éste. Estás condenado de antemano. Ya te pesa demasiado la humedad de la ciénaga que te ha vinculado a un destino incierto. No busques más densidad porque hundirá tu ser. Contempla, acaso, la ensoñación de un atardecer y, tras el reposo de la noche, concita una plegaria al alba que se te entrega. Ya es bastante saberte aquí, entre los mortales, una jornada más. Pronto tus labios resecos serán recompensados con la lluvia que deberá saciarte.