bandera envolvente



El hombre que camina sin intención de volver atrás percibe los colores de los días. Los colores de cada jornada son vacilantes, se alternan, permutan, se transforman. Eso no quiere decir que no se autoafirmen y dispongan de su extensión como si fueran los creadores del paisaje. Es la luz exterior que lo invade todo; es además su contrario. Es también su estado de ánimo, contagiado por el esfuerzo, las dificultades y lo que no alcanza todavía. Los colores no definen siempre los mismos espacios. De hecho se intercambian en los planos de la tierra y el cielo. Incluso en ocasiones todos los planos existentes adquieren una tonalidad exclusiva y excluyente. A él le gusta mirar a distancia esa bandera cromática de los territorios. Envolverse en ella y enarbolarse a sí mismo. Le gusta admirar y sorprenderse. De todo y de sí. Esa mutabilidad externa le da fuerza y seguridad. Se comprueba en ella. No duda. Sabe dónde debe dirigir sus pasos y le cueste lo que le cueste no cede. No hay rendición posible ante la tierra prometida.