Se admira de que las plantas trepen por las piedras abandonadas. Que se claven en ellas. Como si fuera un signo que predijera una improbable resurrección. Sigue con la mirada su curso ascendente. Alarga su brazo y roza con los dedos el tallo. Al hacerlo lo siente como una prolongación de las venas de su mano. Ha creído en muchas señales que no pueden interpretarse a la ligera. La similitud entre la materia que toca y la materia que porta le atrapa. A cada vuelta del camino espera siempre la sorpresa. La fatalidad o la superación. La tentación de permanecer allí o la atracción de la búsqueda. Ve que la región se ha vuelto inhóspita y que no será habitable durante generaciones. El verdín se expande, el granito se ennegrece, la sangre circula sobre los sillares como un rescate que no tiene prisa. Hay algo de esencia humana en las ruinas. Hay mucho de sustancia dura en su ser. Palpa la trepadora incursa en el frío rostro del muro. La escucha. Se deja sentir.