sonidos del viento



Con frecuencia, cuando pasa ante una casa habitada le acosa cierta envidia. Hay una suerte de estabilidad que le tienta. Pero no la quiere a cualquier precio. Sopla el viento y el instrumento que asoma por la ventana pergeña notas libres. No hay dos sonidos idénticos como no hay dos ventanas que ofrezcan interiores iguales. Sus sentidos se estremecen ante el dulzor anárquico de aquellas vibraciones. Permanece ante la imagen del vano por si algún rostro le habla. ¿Y si uno de sus moradores le ofrece entrar para efectuar un reposo? ¿Y si una voluntad generosa le plantea quedarse a cuidar de la tierra? ¿Y si unos ojos sedientos le sacan los suyos para fijarlos sobre un único cuerpo? Las campanitas tubulares acarician sus oídos. Quién sabe si esas caricias no son sólo tentaciones. Él las goza en ese instante, sin dejarse arrastrar más allá. Se detiene un rato blanqueando su mirada con la cal de los muros de la casa. Algún día también él pondrá el aire que ha conquistado sobre el metal del que se va forjando. Mientras, debe seguir fiel a su ruta. En sus oídos resuenan lentamente los ecos de aquel instrumento abandonado al viento.